Extracto de Rudolf Arnheim: “Arte y Percepción Visual” Psicología de la Visión Creadora 1957 - Eudeba Edic. 1962. Sacado del capítulo VI “La luz”
“La cuestión de cuál es el grado de claridad que tienen las cosas revela otra discrepancia entre los hechos físicos y los perceptuales. Se ha observado a menudo que un pañuelo resulta blanco a medianoche, y también a mediodía, aunque la cantidad de luz que envía a los ojos es menor que la que envía un trozo de carbón bajo el sol del mediodía. Como en el caso de la forma y el tamaño, la teoría acerca de este fenómeno ha sido oscurecida por el hábito de los psicólogos de hablar de una "constancia de claridad" o de afirmar que los objetos tienden a verse "con el grado de claridad que en realidad tienen". El término "constancia" simplifica indebidamente los hechos, y es muy difícil entender lo que puede significar "claridad real", dado que la experiencia ofrece una variedad de iluminaciones y que ninguna de ellas puede reclamar para sí validez absoluta.
Físicamente la claridad de una superficie está determinada por su poder de reflexión y por la cantidad de luz que incide sobre dicha superficie. Una pieza de terciopelo negro, que absorbe gran parte de la luz que recibe, bajo una intensa iluminación puede reflejar tanta luz como una pieza de seda blanca débilmente iluminada, que refleja la mayor parte de la energía.
Psicológicamente no hay modo directo de distinguir entre poder de reflexión e iluminación, dado que el ojo recibe sólo la intensidad resultante de la luz y no obtiene ningún dato sobre la proporción en que ambos componentes contribuyen para obtener este resultado. Si un disco oscuro suspendido en un cuarto escasamente iluminado recibe la luz de tal modo que sólo él aparece iluminado, pero no su entorno, se mostrará intensamente coloreado o luminoso.
La claridad o la iluminación se mostrarán como propiedades del objeto mismo. El observador no puede distinguir entre la claridad del objeto y la de la iluminación. En realidad, no ve iluminación alguna, aunque sepa que la fuente luminosa está actuando, o incluso aunque la vea. Pero si el cuarto se ilumina más, verá que el disco se oscurece. En otras palabras, la claridad observada en un objeto dependerá de la distribución de valores de claridad en el campo visual total. Que un pañuelo parezca blanco o no, no depende de la cantidad absoluta de luz que envíe al ojo, sino de su posición en la escala de valores de claridad que se observe en un momento dado. Leon Battista Alberti dijo: "El marfil y la plata son de un blanco que empalidece junto al del plumón del cisne. Por esta razón, las cosas parecen muy claras en la pintura cuando existe una buena cantidad de blanco y negro, como la hay de luminoso o sombreado en los objetos mismos, de manera que, todas las cosas se conocen por comparación". Si todos los valores de claridad de un campo dado se alteran en la misma proporción, cada uno de ellos permanece "constante". Pero si se altera la distribución de los valores de claridad, cada uno de los valores se altera y no existe constancia alguna.
El fenómeno de la luminosidad ilustra la relatividad de los valores de claridad. La luminosidad se encuentra en algún lugar intermedio de la escala continua que va desde las claras fuentes luminosas (el sol, el fuego, las lámparas) hasta la suave claridad de los objetos cotidianos. Una de las condiciones -no la única- de la sensación de luminosidad, consiste en que el objeto debe poseer una claridad muy por encima de la escala que establece el resto del campo. Su claridad absoluta puede ser muy baja, como lo advertimos por los famosos tonos dorados de Rembrandt, que resplandecen a través del polvo de tres centurias. En una calle a oscuras, una hoja de diario se ve como una luz. Si la luminosidad no fuera un fenómeno relativo, la pintura realista no hubiera podido nunca representar convincentemente el cielo, la luz de una vela, el fuego y ni siquiera un rayo, el sol y la luna.
Un objeto puede retener aproximadamente su claridad aparente de dos maneras distintas. O bien se verá cambiar la iluminación mientras el objeto permanece más o menos como estaba, como sucede en una sala de conciertos cuando las luces disminuyen o aumentan, o bien el nivel de claridad de todo el campo se traspone de tal modo, que la experiencia reproduce aproximadamente otra experiencia que tuvo lugar a diferente nivel. La pintura de un paisaje, por ejemplo, puede reproducir satisfactoriamente la clara luz estival. En el primer caso se observa un cambio total de escena que, sin embargo, no afecta necesariamente el objeto individual. En el segundo, no se observa diferencia alguna ni en el campo total ni en ningún objeto particular que contenga.
Tales trasposiciones del campo ocurren por supuesto dentro de ciertos límites. En parte se producen por mecanismos de adaptación del ojo. Cuando la claridad decrece, la pupila se agranda automáticamente, admitiendo así una mayor cantidad de luz. Los órganos receptores de la retina adaptan también su sensibilidad a la intensidad del estímulo. Una vez que el efecto inicial de contraste ha desaparecido, presumiblemente subestimamos la diferencia de claridad entre dos situaciones. Puede que nos acostumbremos de tal modo a la escasa iluminación de un cuarto, que al cabo de un tiempo no lo advirtamos ya; lo mismo ocurre con un olor de presencia constante. Asimismo es bien conocido el hecho de que podemos sumergirnos de tal modo en un antiguo cuadro, que nos sorprendemos al advertir cuán oscuros son los blancos aparentes de la pintura cuando los comparamos con una hoja de papel. En cierto grado, pues, se produce una verdadera transposición de valores.
Debe recordarse una vez más, como lo hiciéramos con el espacio tridimensional, que la identificación espontánea y otras comparaciones directas son posibles no sólo cuando las condiciones se perciben como idénticas. Así como en el espacio visual piramidal, los objetos que se encuentran a distinta distancia del observador pueden verse de igual tamaño porque tienen idénticas relaciones con el marco circundante, de la misma manera los valores de claridad de dos objetos (o de un mismo objeto) a diferentes niveles de intensidad, pueden verse idénticos porque tienen la misma relación con las escalas de claridad de sus campos respectivos. Esta percepción relativa es completamente espontánea, pero no impide que el observador advierta que los objetos no parecen "en realidad" idénticos, si se fuerza a sí mismo a examinarlos con prescindencia de sus marcos. Si comparo un sobre que está sobre la repisa de la ventana con otro que se halla en el confín del cuarto, no tengo que recurrir al conocimiento o al cálculo intelectual para advertir que ambos tienen el mismo color blanco. Lo advierto directa y espontáneamente porque veo a cada uno en relación con la claridad total de su propio contorno. Pero al mismo tiempo, si me fuerzo por ejecutar la reducción que practicaron en tiempos pasados los pintores realistas, puedo ver con igual lucidez que uno es más claro que el otro. Esta diferencia de actitud ha desconcertado frecuentemente tanto a los experimentadores como a los sujetos de experimentación. Se les pedía a éstos que dijeran si dos cosas vistas en diferentes condiciones de iluminación eran idénticas. Podían ver las cosas en su contexto ("actitud ingenua") o abstraídas en cierto grado de él ("actitud objetiva"), pero a menudo se sentían desconcertados por la ambigüedad de la consigna. El ojo es suficientemente "inteligente" como para ver blanca la nieve en un paisaje de Brueghel, y advertir al mismo tiempo su diferencia con la deslumbrante sensación que se tiene frente a una pista de esquiar.”
Arnheim, R.“Arte y Percepción Visual” Psicología de la Visión Creadora.